Siempre me acordaré del primer día en que la pisé. Contrariamente a todos los mitos, clichés y creencias, hacía bueno, muy bueno. Un sol resplandeciente, de esos que te calientan la cara y te envuelven el corazón. Una buena manera de empezar, de arrancar. Un buen presagio. Todo iba a ir bien. Y así fue.
Principios del verano de 2005. 26 años en el contador. Una experiencia ya llena en mudanzas. Era mi quinta. La mudanza de mi futuro profesional. Adiós la joven estudiante, bienvenida la joven trabajadora.
Bruselas la bonita. Bruselas y sus mezclas. Ciudad de contrastes. Ciudad europea por excelencia donde inmigrantes y expatriados forman un sólo ente. O puede que no. Ciudad de amistades, las verdaderas y las sinceras. Ciudad de adoquines y de rascacielos. Luces hasta muy tarde en las oficinas que destellan en las bolsas de basuras que decoran las aceras.
En Bruselas crecí y viví. Me reí y también lloré. Aprendí, visité, mucho. Y trabajé. En Bruselas jugué a ser mayor en los suntuosos edificios pero también fui esa cría curiosa y con ganas de descubrir, gozando de la vida. Dando brincos.
Bruselas en mi corazón.