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Irse de vacaciones «a casa»

Irse de vacaciones "a casa"

Las maletas no están hechas y los billetes de avión no están aun imprimidos pero los bañadores nos esperan… en unos días, en unas horas. Bañadores, avarcas, protección solar, gafas de sol, terrazas. Coger la sombrilla y la bolsa e irse a la playa, para un rato. Estarse ahí una horita, no más y jugar con la arena, contemplar el horizonte, impregnarse de sal y volver. No más de 15 minutos en coche. Una ducha rápida para quitarse esa sal que se queda pegada al cuerpo y abrir de nuevo el ordenador y teclear, trabajar, ser freelance.

A lo lejos, oír voces familiares, puertas que se abren y gente que pasa y dice buenos días y se paran para hablar con la señora que está barriendo la acera y quitando el polvo de las persianas. Con su nieta jugando al lado, correteando, riéndose y cantando. La señora es mi madre. Estamos en el sur. Estamos en Menorca. Pueblo blanco de interior.

Porque a imagen de mucha gente que vive en el extranjero, nosotros también nos vamos de vacaciones «a casa». Cuando uno lo piensa bien, parece raro. Nosotros no decimos «me voy de vacaciones a Málaga, a la Costa Blanca, al Caribe…» no, nosotros decimos «nos vamos de vacaciones a casa».

¿Dónde os vais de vacaciones?

«A casa», contesto yo o también «a casa de mis padres». Él, mi ChériGuiri suele contestar «pues a casa de Marga, peores destinos hay!». Es cierto. Pero es raro también. Aun ayer, una señora que oyó decir que la Princesita y yo nos íbamos este fin de semana y que no volvíamos hasta finales de agosto, me miró con cara rara, con los ojos como platos y me dijo «¿se van ustedes (en Francia, el Usted es de rigor) un mes y medio?», enseguida comprendí que necesitaba una explicación y le dije «no, pero sabe usted, nos vamos a mi casa, pagamos el transporte y basta, tenemos ahí una casa y encima tengo trabajo pero como puedo trabajar de donde sea…». «Aaaaah», suspiró la señora.

Y yo también suspiré y agradecí esta suerte.

Muchos expatriados y gente que vive en el extranjero siente la obligación de volver a su país natal en vacaciones para visitar a la familia. Algunos dejan el sol de los países de adopción para pasar un verano menos caluroso junto a los suyos; otros, como nosotros, hacen el camino inverso. Del norte al sur. Cada año igual, jugada repetida, como esa partitura que ya has oído más de una vez.

Irse de vacaciones "a casa"

Y luego esas ganas de irse a otra parte

A veces, sí, suele ocurrir, también nos entran ganas de ir a otro sitio, otros países, otros destinos lugares bonitos mágicos perfectos. A eso lo llamo yo la contradicción del expatriado: estar aquí y querer estar allí. Llegar allí y pensar en el aquí. O también, estar con él y pensar en ellos, estar con ellos y pensar en él. Siempre entre dos aguas.

Pero entramos en razón y aprovechamos otras épocas del año para hacer escapaditas de algunos días. Y saboreamos de nuevo nuestra suerte y la suerte de tener casa en Menorca. Y nos decimos que estar cerca de la familia, de las terrazas y de las calas, todo al mismo tiempo, es simplemente increíble! Hemos aprendido a convivir con papá y mamá, con el suegro y la suegra, por unos días, unas semanas. Tener la suerte de contar con un espacio para nosotros y disfrutar de esta cohesión familiar que reina aun en los países del sur, como Italia o España. Y este ambiente que hay entre los niños, ahí todos jugando en la plaza del pueblo, una suerte también para la Princesita y sus aventuras de bilingüe en construcción.

Y decidimos sacar la maleta y cuidadosamente empezar a poner las camisetas de tirantes y las sandalias, los shorts y los vestidos.

Marchar de vacaciones para re-encontrarse "en casa". Como esa contradicción permanente que es una vida en el extranjero. Como esos reencuentros permanentes y efímeros a la vez. Como una vida en dos partes.