A veces, algunas palabras se convierten en males cuando no podemos traducirlas.
A menudo, estas palabras convertidas en males dormitan en la punta de la lengua.
Siempre, estas palabras convertidas en males dormitando en la punta de la lengua, terminan encontrando una salida… ¡y no una traducción!
Traducir palabras puede ser fácil, pero traducir ideas concretas y conceptos precisos es más complicado. Incluso las lenguas más cercanas tienen nociones mentales distintas. Es la relación entre lenguaje y pensamiento.
A veces no tengo las palabras, a veces mi cerebro está entre tres sistemas de signos diferentes, el significado se enreda con los significantes y no hay nada que funcione.
A veces me gustaría inventar mi propio lenguaje.
A menudo, uso mi propio lenguaje a pesar de los demás.
Siempre, puedo hablar, leer, escribir.
Vivir en otra lengua hasta el punto de no saber cuál es «la otra»: ¿la primera? ¿la segunda? ¿la tercera?
Traducir como trabajo es un aprendizaje, no por conocer y hablar un idioma se puede traducir… traducir bien.
Traducir como vida no es una vida. Tenemos que vivir sin traducir, pensamos en la lengua, hablamos la lengua, no traducimos la lengua cuando hablamos. Y si nos equivocamos, ¡qué más da!
¡No traduzco mi vida porque la vivo!