Érase una vez hace mucho tiempo.
Érase una vez hace mucho mucho tiempo.
Y una vez, fueron dos veces. Dos veces, hace mucho tiempo.
Dos veces que fue mi primera vez en ese país, en ese bonito país.
15 años. Y tan solo dos años que aprendía el francés. En el instituto, lo cogí como optativa. Y me encantó. Me encantaban los idiomas. Un día, la profesora me informó de unas becas que podía solicitar al Ministerio de Educación. Una beca para dos veranos, en familia, en Francia, una estancia lingüística. Me dijo “inténtalo, prueba, piden buenas notas y basta”. Lo intenté. Hice todo el papeleo.
Y me olvidé de que había hecho el papeleo.
Y un día, una carta me estaba esperando en el primer escalón de la escalera que llevaba al piso donde vivía con mis padres. La abrí. La leí. Tenía un sí. Y rompí a llorar. Y no de alegría, no. De miedo. Lloré por miedo. Mucho miedo. Lloré delante de mis padres. Ellos, seguían animándome. Ya había marchado sola, con 9 años una semana (en avión) y con 11 años dos semanas (en avión). Pero con 15 años, cuando la vida se construye, cuando el corazón empieza a latir por los chicos, me entró el miedo de mi vida.
La France. Fraaaaaance. La Fraaaance douce Fraaaaance. Ese gran país. Ese bonito país. Miedo. Miedo. Mucho miedo. De ese miedo que hace llorar. Pero no suelo renunciar, no soy de las de echarme para atrás. Lloro escondida en la cama pero sigo avanzando.
Finales de junio de 1 995. 15 años. Cruzo el mar para reunirme con un grupo de jóvenes en Valencia. El bus salía de allí. Visto que soy de isla, pude elegir mi lugar de salida. Elegí Valencia, no sé por qué. Más de 20 horas de bus. Mi madre también debía tener el miedo en el cuerpo. En la isla, haces 50 km línea recta, después te vas al mar. ¡Un trayecto Valencia – Nantes! Un trayecto que iba a cambiar mi vida, y yo sin saberlo.
Descubrí la Fraaance. Pero también descubrí las grandes ciudades. No descubrí Barcelona, ni Sevilla, ni Madrid.
No, descubrí las grandes distancias continentales aquí, en Francia.
Descubrí las grandes salas de cine, aquí, en Francia.
Y el Flunch.
Y mi camiseta mon t-shirt NafNaf est le seul amour de ma vie.
Y los chicos.
Y la piscina.
Y la torre Eiffel.
Me enamoré de esa tienda « ahí donde venden de todo », eso, el Monoprix.
Ví un tranvía por primera vez. Y me monté.
Intenté aprender el trabalenguas ese de les chaussettes de l’archiduchesse sont-elles sèches ?
… pero también il est des nôotres, il a bu sa bière comme les autres, et glu et glu…
Canté Cabrel y J. Clerc y Céline Dion y P. Bruel y los Enfoirés.
En 1 995 , el castillo de los Duques de Bretaña estaba cerrado. Nantes era un poco más gris. Después de las clases, bajábamos hasta el bar de la plaza de la Bourse. Y bebíamos un diabolo fraise. Descubrí también el Perrier.
Y después, de vuelta a casa de las familias. Aprendí que lo que se hace en Francia a hora X, se hace en España a hora X+2. Dos horas de diferencia. Para comer, para dormir, para salir de paseo.
Y también creí, que todos los perros de la Fraaaaance se llamaban “arrête”. La familia me sacaba de paseo a orillas del río Erdre y yo solo hacía que oír a la gente llamar a sus perros por un arrête, arrête, arrêeeeeteeeeuhh (que significa “parar”). Entonces yo creí que todos los perros eran “arrête».
Balbuceaba con un Larousse siempre entre mis manos. En mi bolso. Nunca sin mi Larousse.
Y después, también aprendí a detestar los largos fines de semana del 14 de julio (Fiesta Nacional). La Marsellesa y todo eso. No, no es que detestara La Marsellesa. Odiaba la lluvia de los largos fines de semana del 14 de julio. Porque la lluvia, en julio, es algo que tendría que estar prohibido.
Mis amigos iban a la playa y yo encerrada en una horrible casita de un sitio llamado Mesquer.
Hacía frío y húmedo. Y sin embargo, estábamos en julio. Fraaance.
No entendí nada el día que me llevaron a la playa y que se pegaron todos a la pared del fondo. ¿Por qué? En la playa vamos para bañarnos, para hacer los lagartos, para sudar.
Pero yo, aquél día, vestía un vaquero. Un tímido rayo de sol había animado mi familia francesa a ir a la playa.
No podía creérmelo. Estaba asombrada.
¡Ah, claro ! Hay mareas. ¡Caramba ! El mar también es el Atlántico.
Y los campings. El camping, esa cosa tan francesa. También lo descubrí .
Y los jardines, y las moras y las mermeladas. Esa cosa tan francesa, también.
Y yo seguía descubriendo.
Escribía cartas a mis amigas que se quedaron en Menorca. Me contestaban.
Pero yo sabía que todo iba a cambiar.
Las primeras historias de amor.
Los primeros quebraderos de cabeza.
Las primeras preocupaciones pero también las primeras alegrías.
Esas cosas maravillosas que se viven con 15 años.
Yo las viví con gente extranjera. Con gente diferente.
Sonó la hora de la vuelta. Llegó el final del verano. Las clases retoman. Primero de bachillerato.
Julio de 1 996. Y dale otra vez.
Cruzar el mar. Hasta Barcelona esta vez. Otras veinte horas de bus. Dirección Longwy esta vez. Long-que? Creí que saliendo de Barcelona me tocaría una super ciudad.
Y me encontré en Herseraaaaange. De mi ventana, veía las chimeneas de las fábricas.
Aprendí más sobre esa Fraaaaance. Douce Fraaaaance.
Una familia muy amable. Gente muy atenta, delicada, que se esforzaban por entenderme.
Y yo seguía sin separarme de mi Larousse.
Aluciné ante esa familia que vivía con francos franceses pero también con francos luxemburgueses, con francos belgas y con marcos alemanes. Viven en Francia, trabajan en Luxemburgo, tienen familia en Bélgica y se van de paseo a Alemania.
Yo soy de una isla.
La Fraaaaance. Grande Fraaaaaaance.
Sigo yendo a la piscina.
Sigo escuchando a Francis y a Patrick. Céline y Julien. Añado Renaud a la lista.
Porque sigo aprendiendo la lengua.
Redescubro las alegrías de los 14 de julio bajo la lluvia. Bajo una tienda de acampada a orillas de un lago.
En julio, yo quiero sol.
Vivo mi juventud al lado de estos jóvenes franceses que tan sólo conozco desde hace 1 semana, o 2. Me atrevo a entonar eso de il est des nôootres, il a bu sa bière comme…
Pienso en mis amigos que se han quedado en Menorca.
Estoy segura de que ese chico que me gusta se ha ido ya con otra.
Tengo 16 años. Mi corazón palpita.
Mi juventud se construye en Francia.
Un chico me guiña el ojo.
Una fuerte amistad me une a otra chica española. Está en la familia amiga de la mía.
Ufff. De vez en cuando ya viene bien eso de hablar la lengua materna.
La lengua. La vida. La Fraaaaaance.
El verano llega a su fin. Y yo sin verlo pasar.
Ciertamente, es que con esa lluvia.
Pero he visto Nancy y Metz, he recorrido la Lorena. Triers y Luxemburgo.
Toca volver a mi isla. Mi isla. Mis amigos. Mi familia.
Un día de bus y un avión, otro más.
Un ramo de flores resiste a todo eso.
Un ramo de flores, símbolo de vida de la juventud, de un corazón que palpita…
Un corazón que palpita por la Fraaaaaaaancee.
Hace 20 años conocí Francia. Ahora tengo 35. Más de la mitad de mi vida que conozco la France.
Esa Francia abierta.
Esa Francia acogedora.
Esa Francia indulgente.
Mi corazón palpita también por la France.
Mi padre, mi madre, no son la France.
La France es mi hija.
Amar la Fraaaaance. Querer la Fraaaance.
Margarida