Por fin llegó ese día tan esperado. Después de meses y meses de trámites y de papeleos, de preguntas y de dudas, de algunos obstáculos también, el día tan deseado en el que nuestras paredes serán montadas ha llegado. Nada de extraordinario, nada nuevo bajo la faz de la Tierra. Es la vida misma, proyectos nuestros que nos agradan como vosotros amáis los vuestros. El común de los mortales, vamos. Pero… pero… hay algo ahí en mi corazoncito que me dice y me señala que algo se me hace extraño cuando pronuncio que «hacemos construir» (como dicen los franchutes) en Francia. Francia ese país que después de tantos años es ya el mío sin serlo.
El proyecto casa «en el extranjero»
Y ese proyecto con el que llevamos metidos desde hace ya muchos meses, lo voy a llevar a cabo, lo voy a realizar lejos de mi familia, de mis seres queridos, de todas esas amigas que he ido encontrado a lo largo y ancho de mis tantas mudanzas. Y sí, se hace raro. Sobre todo que cuando hablé con algunos amigos españoles de que íbamos a hacer una casa, algunos me dijeron «eso quiere decir que ya no vuelves por aquí». A lo que yo contesté que «eso nunca se sabe» y que si algo he aprendido con tantas mudanzas y tantas ciudades es que hay que vivir el momento presente y que ya veremos lo que el futuro nos regala. Aunque en el fondo, pues sí, la verdad, en el fondo de mi corazoncito y de mi cabecita, millones de cositas y de sentimientos se activan… Pero saboreo el presente, como siempre intento, y lo disfruto con los amigos hechos aquí.
Así pues, ahí andamos, metidos en un proyecto que maduramos durante mucho tiempo. Con nuestros quebraderos de cabeza administrativos (y solo los que aquí han vivido, saben como es eso de complicado en Francia) pero por fin, vemos llegar esas primeras paredes, esa noble madera.
Mientras estoy aquí tecleando, oigo los bip-bip de la primera máquina que va camino de las obras porque, de hecho, seremos nuestros propios futuros vecinos. Me explico, la casa que construimos se encuentra justo detrás de la casa en la que vivimos desde hace ya 4 años. El proceso ha sido largo.
Pensar en una casa pero sin meterse presión : ¡por fin me siento preparada!
Cuando llegué a Nantes (centro) para empezar a vivir con mi ChériGuiri, vivimos en un piso propiedad suya. Un piso que él había comprado siendo soltero y que había renovado por completo él solito (mi ChériGuiri tiene manos de oro, conocimientos técnicos y un montón de ideas para acondicionar e idear los espacios). Dos años más tarde, justo después de nuestra pequeña boda, quisimos mudarnos a una casa para empezar a pensar en ampliar la familia y vivir tranquilitos. Pero ahí yo empecé a sentir que eso era «demasiado». Demasiados cambios a la vez. De experta soltera de ciudad en ciudad a recién casada en un país que no es el mío y en una casa en el campo. Tuve algo de miedo. Sí. Miedo de meternos en demasiadas cosas a la vez, demasiadas cosas de «grande» (¡y eso que ya pasaba yo de los treinta¡). Comprar una casa para renovar o comprar un solar para construir en las afueras (sí, porque uno tiene que ser sincero y las casas en pleno centro de Nantes no son aptas para nuestro bolsillo) y a la vez pasar por un embarazo y un bebé? No, gracias. Aquí, sola, no gracias. Le dije que mejor si íbamos por etapas, que nos queremos demasiado como para estropear las cosas a causa de un estrés de esos tontos. O sea que decidimos pues tomarnos nuestro tiempo. Y tuvimos razón.
Vendimos el piso y tuvimos la inmensa suerte de encontrar una casa nueva de alquiler. Cuando la visitamos no estaba siquiera acabada. Tramitamos nuestro dossier (porque en Francia, hay también muuuucho papeleo a la hora de alquilar) y fue aceptado. Supongo que el hecho de la casa sea nueva ha contribuido a que nos sintamos muy bien en ella, vamos, como si fuera nuestra. Pero sobre todo, eso me ha permitido «comprobar» si soy capaz o no de vivir «en el campo» (preciso que aquí, las afueras de la ciudad son enseguida «el campo» porque de hecho estamos a tan solo 12 minutos de la ciudad pero tengo a las vacas por vecinas). Y sí, lo soy. Lo soy siempre y cuando tenga mis paréntesis menorquines en mi casa de familia (y con el tandem sol-cielo azul). Me quedé rápidamente embarazada y eso también vino a reforzar nuestra elección de que era mejor hacer una cosa después de la otra porque al final, el embarazo fue complicado y me pasé 5 largos meses de invierno sola, tumbada en el sofá (no se lo deseo a nadie).
Y no fue hasta que Princesa Thelma tuvo 1 año y medio que hablamos de nuevo de nuestro proyecto casa.
Hoy es pues un día especial para nosotros. Un día de mariposillas en el estómago, de mucho trabajo por delante pero de una felicidad de esas tremendas.
Hoy nuestra casa con armazón de madera empieza a ver la luz!
Este artículo lo escribí ayer. Es algo íntimo. Lo he(mos) leído un montón de veces ante de dar al clic para publicar. Ayer fue un día cargado para la sentimental que yo soy, enganchada al whatsapp con mi madre que incluso a distancia sabe contagiarte de entusiasmo y luego, esa sonrisa de oreja a oreja de ChériGuiri, pura felicidad! Eso sí, Princesa Thelma cuando por la tarde fuimos los tres juntos a ver las cuatro primeras paredes, se quedó dubitativa «¿dónde está mi columpio?»…
Voilà, un trozo de mi vida en el extranjero que he decidido compartir con vosotros. Porque sé que allá de los Pirineos hay gente que se preocupa por nosotros.
O sea que… Merci. Gracias. Gràcies mil.
PD.- El cielo gris de las fotos es regalo gratuito del fabuloso mes de junio -y mayo- que estamos teniendo…Aunque me prometí no hacer más bromas con el tiempo, no pude resistirme!