Ni expatriada, ni immigrante, ni me fui al extranjero con una mochila a cuestas en plan aventurera, tampoco me fui por un año sabático, ni porque me enamorara de un extranjero (bueno, eso sí, pero ya estaba yo instaladita)…no, nada de todo eso. Pienso que si me preguntaran realmente, de manera seria y oficial, que por qué vivo en Francia o lo que es lo mismo, que por qué me fui de mi país, seguramente respondería que porque soy una CHICA ERASMUS.
Ahora que no paramos de oir hablar de la vida de los expatriados o de todos aquellos que se van del país a causa de la crisis económica (acordaos de la llamada de Alemania para atraer jóvenes españoles diplomados o de todos esos franceses que se van a Canadá porque parece ser que ahí se encuentran trabajo más fácilmente),yo no me identifico ni con unos ni con otros.
Aquí mismo, en este blog, hablamos a menudo e incluso hemos creado debates (muy interesantes) acerca de la vida de los expatriados. Pero todo el mundo sabe que cuando hablamos de expats queremos decir «profesionales expatriados», es decir, todos aquellos asalariados que son destinados (habiéndolo elegido o por obligación) a otro país.
Las definiciones de inmigrante y expatriado son un poco confusas (depende de las fuentes que se consulten). A veces, se distinguen el uno del otro por las razones por las cuales la persona marcha fuera y a veces no se hace esa distinción.
Pero a mi, todo eso me da un poco igual… Yo me siento, y de cada vez más, parte de esa generación que pudo aprovechar de un programa europeo de movilidad para los estudiantes: el Erasmus. Aunque bueno, mi estatus era un poco especial: fui Erasmus para el estado español (se encargaba de darme la beca -que sirve para una bolsa de pipas) pero era una estudiante «cualquiera» para la universidad francesa. Dicho de otro modo, en mi tarjeta de estudiante no figuraba escrita la palabra «Erasmus» sino la palabra «Licenciatura» como para el resto de compañeros de promoción. Lo que quiere decir que era tratada por los profesores como una francesa más… con todo lo que eso implica sobre todo en una carrera como «Lettres Modernes» (o sea, estudiar francés en Francia). Yo no me jugaba la homologación y/o equivalencia de algunas asignaturas sino la obtención de un título francés.
Y a partir de ahí, mi nueva vida en el extranjero empezó. A imagen de esa chica Erasmus que en realidad no lo era. Rápidamente me integré en la masa, pasé por una francesa, luché como cualquier otro ciudadano (en Francia o en Bélgica)… solicité mi tarjeta sanitaria, tarjeta de residencia, pasé a inscribirme en el ayuntamiento, pagar mis impuestos y un largo etcétera. Y todo esto, no sé hacerlo en España donde NUNCA he trabajado (exceptuando mis trabajitos de verano).
Este artículo de Pom de Pin me hizo pensar en la importancia de recordar, de vez en cuando, que aunque pueda tener un ínfimo acento que me traiciona o mi nombre y apellidos que me delatan o que viajo con frecuencia a mi isla querida para ver y disfrutar de mi familia, no me siento más identificada con un expat o inmigrante que mi vecino que se llama michel dupont!