Vivir en el extranjero

Thelma, 2 años de mamá en el extranjero

ser mamá en el extranjero

Dos años hace que marchábamos hacia el hospital a por un parto provocado. Dos años hace, princesita, que te esperábamos desde hacía meses, desde hacía días y días. Dos años hace, dentro de unas horas, que me convertí en mamá. Mamá en el extranjero. Dos años y nueve meses de un embarazo difícil, de largos momentos de soledad y de miedos, un tanto perdida en esta campiña francesa, de médicos, de dolores y de náuseas, de un vientre que no engordaba suficientemente. De comadronas espléndidas. Un tiempo de aislamiento, de distancia con la familia, de no poder viajar. Dos años y un puñado de meses que detesté.

Pero juntas, Thelma, nos hicimos muy fuertes, en el baño te susurraba, te hablaba en esa lengua secreta que es el catalán bañado de Menorca, entre nosotras, con la fragancia de ese gel moussant tan especial. Te decía, a voz baja para no perturbarte, que íbamos a formar un gran equipo, que al carajo los médicos, hartas de ellos, que tu y yo éramos fuertes y que papá siempre está ahí para apoyarnos y secar las lágrimas, para darnos besitos en la tripita. Porque él, Thelma, tu papá chéri, hizo todo para que yo aguantara, para que mis días sin fin fueran dulces y serenos. Hablábamos, nos queríamos, te acariciábamos, siempre juntos.

Dos años y nueve meses que tenía antojo de fresas, pero no de las de Plougastel, sino fresas de España y de caldo de la «iaia» y de albóndigas y de una rica paella. Pero no había nadie aquí para hacérnoslo y yo no podía. Porque eso, hijita, también es la vida en el extranjero, crecer y soñar con esos recuerdos de infancia, rozándolos pero sin poder agarrarlos, es aprender a controlar las emociones y dejarlas de lado. Pero tu mamá siguió cuidándose y me maquillaba para mí, para ti y para papá. Y sin nada qué hacer, dando vueltas en el sofá, imaginaba tu carita. Te cantaba. Compraba cositas en Internet y el cartero nos traía lindos regalos.

Y hoy estás aquí, como un bonito tulipán floreciendo en una pradera primaveral, con tus sonrisas y tu mirada. Pícara y mimosa. Dos años que me enseñas a ser mamá. Dos años que me enseñas las nounous a la francesa y las cartillas de salud infantiles a la francesa y los carnavales después de Pascua, dos años que cabalgas entre las «mamôn» y las «mamá», dos años que papá y mamá se aman aun más fuerte porque eres una niña simpática y divertida. Dos años que redescubro tu mi país, dos años que me enseñas otra Francia. Dos años que echo de menos España de otra forma.

Por que a ti, Thelma, te quisimos así, fácilmente pronunciable en los tres idiomas, sin barreras ni acentos ni cedillas.

Hoy, carinyet, no soy original, soy una mamá como cualquier otra, como todas las del mundo entero, solo tengo ganas de decirte: joyeux anniversaire, feliz cumpleaños, per molts d’anys !

Dos años de aquél 14 de mayo 2013 – 04h50.

T’estim, te quiero, je t’aime !

Margarida

Vivir en el extranjero

Viajar para abrazar la sonrisa de las amigas

Están ahí, siempre, al otro lado de las fronteras, al otro lado del teléfono, al otro lado de la pantalla. A veces más presentes, a veces más ocupadas con sus vidas. Pero siempre están ahí. Yo lo sé y ellas también. En el amanecer de nuestra juventud, nuestras vidas se cruzaron, compartimos un trozo de nuestra historia, veladas y viajes, sonrisas y lágrimas, amores, confesiones y aventuras.

Las amigas y la distancia

Un día, esa vida en el extranjero nos invitó a aprender a amarnos en la distancia. Relaciones distintas, llamadas telefónicas que se alargan y emails epistolares y mensajes y pequeños detalles y sonrisas puestas en cada punto y seguido. Pasar los días siempre con esas ganas ilusorias de verlas aquí, en el umbral de la puerta y oír un: «¡hola!, ¿qué tal, nos tomamos un café?»

Las amigas y la distancia

Nos fuimos para verlas, un pequeño ritual anual que cuidamos más que cualquier otra cosa. Yo era una y ahora somos tres. Ellas también, han crecido, han fundado familias, han asentado las bases sólidas de un amor resplandeciente. Recorrer kilómetros, tararear, sonreír y soñar con las caritas que vamos a descubrir. La otra vez, el azar hizo bien las cosas e hicimos una visita relámpago al hospital para verla recién nacida, ahora ya es hermanita mayor. Y también ellos, recién vueltos de un largo periodo en esos bonitos países del continente africano. Y verlas jugar juntas, pequeñitas y divertidas. Ellos, escucharles hablar, una amistad por alianza y a distancia, con la sonrisa también. Como si esa vida en el extranjero no quisiera ya nunca abandonarme. Ellas y yo.

Abrazarse y reírse y descubrir nuestras maletas llenas ahora de un amor que se llama princesita, cariñito, amorcito.

Volver y pensar ya en el próximo reencuentro.

Poco importan los kilómetros cuando se tiene una vida en el extranjero.

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Vivir en el extranjero

A 1 000 Kilómetros de papá

Lejos de papá

Desde que hago viajes ida y vuelta entre Francia y España, hace ya unos 20 años de eso, he tenido que acostumbrarme a la distancia y a las separaciones. Durante muchos años, fui reina y dueña de mi vida. Soltera y acostumbrada a repetidas mudanzas, iba y venía con la única preocupación de saber que mis padres estaban bien, ahí en mi isla adorada. Hoy, otra gente como Nomad’s Heart me ha sustituido en esa carrera a las mudanzas y yo me instalo en una vida más sedentaria, llena de amor y de felicidad en familia, y que ahora mismo no cambiaría por nada en el mundo.

Una distancia de doble sentido

Vivir en el extranjero es sinónimo de distancia y de separaciones. De momentos indeseables en los aeropuertos y de maletas llenas a rebosar. De reencuentros, también. Hasta hace poco tiempo, esta distancia era de sentido único. Desde que amo con locura a mi ChériGuiri, la distancia empezó a ser de doble sentido y ya desde que soy mamá, puedo decir que esta distancia es completamente a doble sentido. Y no siempre es fácil.

La Princesita y yo, marchamos, de vez en cuando, solas a Menorca, dejando a ChériGuiri en nuestra campiña bretona. Y le echamos de menos, mucho. La flexibilidad y la mobilidad que me permite mi trabajo de free-lance hacen las delicias de mis padres, sobre todo sabiendo que soy hija única. Aquí, en la isla, nosotras nos sentimos muy felices: nos levantamos con el cielo azul, nos cuidan muchísimo, tenemos la sensación de vivir tres días en uno solo, niños correteando y parques llenos de niños, una Princesita más que sonriente al lado de su «iaia» y su «l’avi», tiempo para trabajar pero también para ir a pasear por la playa… Un largo etcétera que vivimos con mucha intensidad pero sin ChériGuiri, sin ese papa que tanto amamos. Evidentemente, nos servimos del Whatsapp y de Skype para edulcorar un poco esa distancia pero no es lo mismo.

Fornells en MenorcaFornells en Menorca

Pienso en otra gente que también pasa o ha pasado por esa situación, pienso en blogueras como Madame Ordinaire o Mamzelle Mistinguett quienes hablan a veces de la distancia con sus maridos y padres de sus hijos… También leí atentamente el artículo de Asmaa en el que explica como necesita de vez en cuando recuperar energías al lado de su madre.

Con esta globalización que no para de acentuarse, los modos de vida familiares cambian y evolucionan pero a veces me pregunto si la naturaleza misma del ser humano evoluciona a la misma velocidad.

Porque para mí, el amor de una familia es tan importante que en este mismo instante, quisiera cerrar los ojos y hacer que ChériGuiri pudiera estar aquí con nosotros !

¿Y vosotras, cómo vivís, en vuestro interior, esa distancia que os separa de esos seres a los que amáis por encima de todo?
Lejos de papá