No os equivoquéis, no creáis que os cuento todo sobre mí. Soy algo púdica, ya sea de manera consciente o no. Pero aunque no os cuente mi vida privada, sé que el pincel que utilizo deja entrever, a veces, algunos aspectos más personales. Mientras pensaba en todo eso, me dí cuenta de que nunca os había hablado de mi amor por la danza clásica.
A los cinco años empecé a tomar clases de ballet con una profesora suramericana que vivía en mi isla. A los cinco años ya tenía mis medias-puntas, mis maillots y una cabellera bien espesa que mi madre adoraba peinar para atrás para recogérmela en un bonito moño.Algunas muecas para defenderme de ese peine que tiraba con ganas sobre mis rizos. La profesora, un poco seca y severa, nos abandonó al cabo de un año. Como hace unos treinta años no era fácil encontrar en la isla clases de ballet, me decanté por la gimnasia rítmica. Desde los 6 años hasta los 16, parte de mi vida giró entorno a este deporte. Muchas horas de entrenamiento. Aunque no sea a nivel profesional, en este deporte siempre están omnipresentes las nociones de tenacidad, perseverancia y el querer estirar la pierna más lejos aún. Para nosotras era importante ser las mejores frente a nuestras contrincantes regionales. Pasamos muchas, muchísimas horas estirando los músculos, horas con el moño puesto. Me encantaba este deporte y me sigue encantando. Con la cinta, con la cuerda o con el aro. Hacerse con cada unos de estos instrumentos hasta conseguir que bailen al ritmo de nuestro cuerpo.
Amar la danza clásica u otros deportes como la gimnasia rítmica significa pues, ser tenaz, tener confianza en uno mismo, no tener miedo al dolor ni a las agujetas, saber que los pies te van a doler, tener fuerza de voluntad, ser capaz de repetir mil veces los mismos movimientos hasta conseguir un resultado final simplemente perfecto y exacto. Ser capaz, también, de presentarse sola en el tatami, delante de un jurado que no suele sonreir demasiado y dar lo mejor de uno mismo con mucha seriedad y una pequeña sonrisita.
Tenacidad, perseverancia, horas de entrenamiento, no tener miedo a presentarse sóla… son palabras y expresiones que me recuerdan, también, mi vida de freelance. Rasgos y factores capitales para tener éxito en esa aventura profesional en solitario:
– Trabajo sola pero no pasa nada, me entreno a diario para dar lo mejor de mi misma.
– Tenacidad, obstinación, terquedad… y otros tanto sinónimos para mostrar que necesitamos de todo eso para arrancar la aventura pero también para continuarla. No tirar la toalla.
– No cansarse de entrenar y de entrenar, y de ensayar también porque solamente así, seremos capaces de producir nuestros mejores resultados tanto en calidad como en ganancias.
– La cinta, la cuerda o el aro, tantos instrumentos como clientes distintos con los que trabajaremos a lo largo de nuestra carrera, aprendiendo a comprenderlos.
En fin, me gusta imaginar una vida de freelance como una bonita prestación de danza clásica que desprende ligereza y gracia pero que esconde el trabajo hecho con obstinación y, sobre todo, con mucha mucha pasión. Porque sin pasión, ¡no quedarían bailarines para el vals de los freelances!