El verano se deja mostrar, sonreímos y empezamos a quitarnos ropa. Cuidamos de nuestros bonitos pies, calzamos de nuevo las sandalias, dejando a mano las bailarinas para el fresco de las mañanas. Los del sur ya mueren de calor. Los demás seguimos soñando. Soñamos en las vacaciones, en ese lugar anhelado donde pasaremos unos días. Seguimos trabajando pero con la cabeza puesta ya en ese granito de arena que se ha pegado en el huequecito del codo o detrás de nuestra oreja. Con el beso enamorado de nuestro amor o de esa mamá que cura la pupita de esos piececitos que se mueren de calor sobre la arena recaliente.
Mediados de junio, en unos días el solsticio de verano. Fuegos artificiales y barbacoas, baños en el mar y carcajadas. Ganas de gandulear y de marchar lejos. O simplemente de saborear esos pequeños placeres cotidianos y tomar el tiempo de degustar el tiempo. Reírse a su lado. Oler la crema de protección solar. Desconectar, olvidarse del smartphone, coger los trastos e irse a la playa. Escribir algunas postales bien bonitas y leer nuestras revistas preferidas, en la hamaca, en la arena, en el jardín, en la terraza. Oler el calor que se pega a la piel y sudar. Tomar una de esas duchas que tanto apetecen. Embalsamar el cuerpo y ponerse un poco de pintalabios rojo y decir un te quiero.
Verano. Paréntesis singular particular. Apretar en pausa y hacer clic y tomar unos clichés. Recuerdos para siempre jamás grabados en nuestras retinas. Y en los corazones. Subir al avión, tomar la carretera o el tren, soltar rienda suelta y cantar, sonreír, reír, abrazarse, dormir, brindar y bailar.
Bailar el verano. Esto es lo que es. Les mots de Marguerite en modo estival.