Horas que vienen dictadas por los días que pasan o vuelan, depende. Rostros chispeantes de los niños y las niñas. Un café tempranero por la mañana para aquellos que salen rumbo al trabajo. Y las zapatillas para los que se quedan en casa.
Calles comerciales y paseos familiares. Sonrisas y lágrimas. Alegrías, bailar y valsar. Llorar y abrazarse fuerte. Retomar el camino y dejar caer la chaquetilla. Las primeras horas del día, ya templaditas. Y el sol que transluce y penetra a través de la ventana. Hablar, charlar, contar, palabras y pensamientos.
Darle la mano, correr y saltar de pies juntos. Limpiar la boquita. Tamborilear en el ordenador con una dulce música acompasada por bellas palabras como fondo sonoro. Y ese ruido de la máquina que pasa para sacar lustro a las calles. Abrir la puerta y decir buenos días. Irse de paseo por unos pocos minutos, con las gafas de sol en la nariz. Algunos pasos en esa arena fina.
Veladas que se alargan en la intimidad. Escuchar las últimas informaciones, los últimos acontecimientos y asentir de la cabeza. Acostarse con la sonrisa. Citas vespertinas para decirse que nos queremos. Mucho. Y chocolate caliente y sabores de antaño.
Durante algunos días, con esos rayos de sol, retomar la costumbre de una vida sin rutina.